Alejandro Mario Fonseca
Por allá a fines de los años 60, en el ambiente estudiantil de la Escuela Nacional Preparatoria, se puso de moda leer a Herman Hesse. Uno de los escritores más representativos del romanticismo alemán de principios del siglo XX.
Me acuerdo que leí primero algunos cuentos cortos, como El pañuelo olvidado, Los dos hermanos y otros. Después leí sus novelas más famosas, Demian, Siddhartha y El lobo estepario.
En realidad, Hesse fue un romántico tardío. Hay que recordar que el romanticismo literario dominó la literatura en Europa desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX. Se caracterizó por su entrega a la imaginación y la subjetividad, al corazón y su libertad de pensamiento: era la idealización de la naturaleza.
El romanticismo fue un estilo de vida cuyos rasgos más característicos son: la imaginación y la sensibilidad. Ambos serian una bandera frente a la razón y la intelectualidad.
Para mí, al igual que para muchos de mis compañeros de prepa, que estábamos entusiasmados con Kant y su racionalismo en ciernes, el ansia de libertad se manifestaba en contra de todas las formas impuestas que coartan en el individuo la propia esencia del Sí mismo.
Y es que el instinto y la pasión conducen al ser humano a un entusiasmo exagerado, a un profundo optimismo, pero también al pesimismo.
En el caso de la conducción del hombre al sentimiento pesimista, nos lleva a la huida que se plasma en la perdición, las drogas, el desenfreno y hasta al suicidio.
Pero en el caso del optimismo, el desenlace puede ser maravilloso: nos puede llevar a la felicidad, a la paz, a la armonía con nosotros mismos y con todo lo que nos rodea, en suma, al encuentro con el Sí mismo.
El pájaro rompe el cascarón
La obra de Hesse nos ofrece múltiples y hermosos aforismos (sentencias breves y doctrinales) y a mí el que me gusta más, y que además es la esencia de la novela Demian es: “El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios”.
Demian es una novela que relata en primera persona el paso de la niñez a la madurez del joven adolescente Emilio Sinclair. La obra fue publicada por vez primera en 1919, en los tiempos que siguieron a la Primera Guerra Mundial.
Emilio Sinclair es un niño que ha pasado toda su vida en lo que él llama el Scheinwelt (mundo de ensueño o mundo de la luz), pero una mentira lo lleva a ampliar sus visiones del mundo y a conocer un personaje enigmático de nombre Max Demian que lo llevará por los senderos del auto razonamiento destruyendo paradigmas materialistas que antes lo rodeaban.
“En Demian resuenan, aunque quizás para muchos lectores no sean perceptibles, ecos vibrantes de las reflexiones del autor sobre la propia adolescencia atormentada; de ese tiempo de búsquedas, dolores y sufrimientos”, esto fue lo que declaró Hesse unos veinte años después de haber publicado su novela.
México en plena adolescencia democrática
A los mexicanos nos urgía un Demian. Y mutatis mutandi fue AMLO el que que nos abrió los ojos y que nos hizo darnos cuenta de la enorme capacidad política, económica y social, con la que contamos para liberarnos del yugo heredado de corrupción e impunidad.
La metáfora resulta esclarecedora: la adolescencia es una etapa eminentemente de elección. El tiempo se nos había acabado, y lo que nos urgía era decidir si rompíamos con el mundo de violencia, abusos, despilfarro, corrupción e impunidad que nos tocó; y así renacer para vivir en un mundo nuevo, de libertades y de plena humanidad.
Quise retomar esta reflexión filosófica sobre la obra de Hesse, porque en estos momentos en los que los mexicanos nos disponemos a participar nuevamente en la elección de nuestros gobernantes, contamos ahora sí, con una oportunidad histórica de cambio verdadero.
Llegó el momento del renacimiento mexicano, es ahora o nunca. Urgen gobernantes honrados, que trabajen de tiempo completo sirviendo al pueblo. La tarea sigue siendo enorme, no está siendo fácil y precisamente por ello seguiremos necesitando también mucha paciencia, pero también colaboración.
En otras palabras, la responsabilidad del cambio no va ser solamente de los nuevos gobiernos, sino también de todos los ciudadanos, hombres y mujeres de todas las edades, del campo y de la ciudad, todos tenemos mucho que dar. En suma, el renacimiento de México requiere de buenos gobiernos, pero también de buenos ciudadanos.