Categories Opinión

REFORMAR EL PODER JUDICIAL: PRUDENCIA

Alejandro Mario Fonseca

Cuando yo era un niño inocente de escasos 8 años de edad y cursaba el cuarto año de primaria, tuve mi primer encuentro con la corrupción. Me acuerdo muy bien, era un 30 de abril y en la Escuela Primaria No 11 “Leopoldo Camarena” de la SEP la administración organizó un convivio para nosotros los niños.

Regalaron algo de comer, creo que fruta y dulces (en aquellos tiempos no existía la chatarra), hasta pasaron una película, si bien me acuerdo la de Pepe el toro, con Pedro Infante. Fue un día muy divertido, hasta que llegó la hora de la rifa. Si, una rifa que se realizó en cada salón debido a que los juguetes que había regalado alguna empresa no alcanzaban para todos los niños.

Lo que rifaron en mi salón fueron arcos con flechas de plástico. La maestra Josefina rifó 10 y en el grupo éramos algo así como 50 niños. No me tocó nada, pero me acuerdo muy bien que a mi amigo Bernardo la maestra no lo dejó que sacara el boleto de la urna, ella se lo dio y claro a él si le tocó.

Me enojé mucho y reclamé, la maestra no me hizo caso y me regañó, en mi casa cuando se lo conté a mis papas les dio riza y me dijeron que lo olvidara. No contaría esta anécdota, que a primera vista resulta trivial y hasta jocosa, de no ser porque mi amigo Bernardo de aquellos años era hijo de la directora de la escuela, y eso le da una connotación educativa y cultural muy grave.

Desde luego que el hecho que estoy contando ahora que lo veo como adulto, no es más que un acontecimiento que podríamos considerar como un “buen” detalle de la maestra que quería quedar bien ante la directora del plantel educativo. Pero visto a los ojos de un niño si es muy grave, tanto que me quedó gravado en la memoria: para mí en aquellos años fue terriblemente injusto.

Injusticia y corrupción

Y es que la palabra justicia, entendida en serio, como virtud, tiene dos significados. El de conformidad al derecho (ius en latín) y el de igualdad o proporción: no es justo dice el niño que tiene menos que los otros. No es justo dije yo de niño a mi amigo cuando vi que la maestra hacía trampa en la rifa para que le tocara el juguete.

Así también, nosotros los adultos llamamos injustas tanto la diferencia exagerada de riqueza (injusticia social) como la violación de la ley (que la institución judicial tendrá que conocer y juzgar). Por el contrario, el hombre justo es aquel que no viola la ley ni los derechos legítimos de los otros.

En suma, la justicia se articula por entero en ese doble respeto a la legalidad, en el Estado, y a la igualdad entre los individuos. Decía Aristóteles: “lo justo es lo que se conforma a la ley y lo que respeta la igualdad, y lo injusto es lo que es contrario a la ley y lo que no respeta la igualdad”.

Y es que la corrupción casi siempre deviene en injusticia. La corrupción y la impunidad están en la raíz del terrible desequilibrio económico, social y cultural que todavía vive nuestro país.

Y aun cuando el combate a la corrupción de la 4 T de AMLO va en serio, todavía son muchos los ladrones de cuello blanco que, aprovechando los puestos burocráticos en todos sus niveles, o sus compadrazgos y amistades, los que siguen amasado grandes fortunas de la noche a la mañana. Pensemos tan sólo en el orden de gobierno municipal.

La reforma del poder judicial requiere prudencia

Pero regresando al tema con el que inicié este artículo, ¿qué tanto le afecta a un niño y después a un joven irse encontrando a lo largo de su educación con hechos de corrupción, con hechos injustos?

Pues todo depende de la suerte que les haya tocado a ese niño y a ese joven. La clave está en el ambiente familiar, pero también en el escolar. Ya lo he comentado antes, lo que en México urge, además de una reforma educativa en serio, basada en valores, son programas integrales de atención a las familias.

Lo que el gobierno en sus diferentes órdenes intenta hacer, es articular el nuevo modelo educativo con una atención integral a las familias: empleos dignos, salarios dignos, salud en serio, programas de nutrición; en suma, programas de bienestar social serios y efectivos.

Los padres y los maestros somos los modelos. Si no corregimos a nuestros hijos y a nuestros alumnos, cuando no hacen la tarea, cuando copian, cuando se van de pinta, cuando plagian; en suma, cuando se acostumbran a avanzar en la vida con trampas, se convertirán en adultos corruptos.

Pero no basta con ello, también nuestro país requiere una reforma al poder judicial para cerrar el círculo vicioso y convertirlo en virtuoso. Y una reforma judicial en serio, no debe hacerse de manera improvisada: requiere prudencia.

No creo que estemos por vivir el primer enfrentamiento entre el presidente AMLO y su sucesora Claudia Sheinbaum. La reforma judicial debe responder a una consulta amplia en la que participen todos los sectores de la sociedad.

Lo más probable es que se trate de una más de las jugarretas maquiavélicas del tabasqueño, que a lo largo de su sexenio le han permitido mantener la atención pública en todo lo que el hace y dice. Ya veremos qué pasa.

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *