Alejandro Mario Fonseca
En 1917 la victoria de Carranza se identificaba con la de la Revolución, la nueva Constitución, además del nacionalismo, incorporaba la tendencia hacia la reforma social: garantizaba la educación gratuita básica; nacionalizaba las riquezas minerales y recogía la exigencia de la reforma agraria; imponía al Estado la protección de los derechos de los trabajadores y reconocía la personalidad moral de los sindicatos. Claramente su principal objetivo era el bienestar social de los mexicanos.
Era un proyecto de Estado-nación. Es decir, además de reservarse el monopolio de la legítima violencia (Weber), se imponía la tarea de integrar y fortalecer a la desequilibrada sociedad mexicana. ¿Por qué fracasó este proyecto? La respuesta está en la estructura de poder que se iría formando poco a poco hasta consolidarse con el cardenismo.
El patrimonialismo de Porfirio Díaz, que había fracasado, no sólo por la falta de circulación de élites, sino también por favorecer a una reducida clase de neo latifundistas y de extranjeros, sólo podría superarse con un patrimonialismo justiciero, paradójicamente el modelo sería la Colonia. Esto me quedó claro hasta que leí con cuidado el capítulo La nueva Constitución del ensayo biográfico sobre Venustiano Carranza escrito por Enrique Krauze. La clave está en el artículo 27 y en las ideas de su principal redactor: Andrés Molina Enríquez.
Constitución nacionalista
La Revolución y sus secuelas habían rebasado a Carranza: la persistencia del zapatismo, huelgas obreras. Rebeldía y prepotencia de las compañías extranjeras, caos económico, etcétera. La fórmula de Carranza fue la de fortalecer orgánica y legalmente los poderes públicos, para que de ellos emanasen los cambios. La realidad se desbordaba en exigencias que no compartía el caudillo y su mérito histórico fue reconocerlas y darles cauce desde la autoridad.
Para Molina Enríquez la solución no estaba en respetar con retoques la Constitución liberal del 57, sino en volver al espíritu de la legislación colonial: “La Nación, como antiguamente el rey, tiene derecho pleno sobre tierras y aguas; sólo reconoce u otorga a particulares el dominio directo y en las mismas condiciones que en la época colonial. El derecho de propiedad así concluido le permite a la Nación retener bajo su dominio todo lo necesario para su desarrollo social, así como regular el estado total de la propiedad, y al gobierno resolver el problema agrario”.
La nueva Constitución elitista
La Constitución liberal del 57 fracasó como proyecto pues no era sensible al profundo desequilibrio de la sociedad mexicana, La nueva Constitución de 1917 sentaba las bases para los más fundamentales cambios económicos y sociales. Estaba por verse si los caudillos triunfantes de la Revolución, es decir, los que encarnaban los poderes de la “nueva nación”, serían capaces de implementar un proyecto de tales dimensiones.
A la vuelta de 100 años está claro que el proyecto fracasó rotundamente. Porque en la desequilibrada sociedad mexicana lo que se fue imponiendo fue una interpretación compositiva del Estado nacional; es decir, los distintos grupos, sectores y clases se empezaron a sentir identificados, no porque compartieran intereses.
Fracasó porque sus distintos intereses empezaron a ser tomados en cuenta. Y los que aprovecharon este mecanismo político fueron los líderes y representantes de los campesinos, trabajadores, empresarios, banqueros, comerciantes, etcétera. Y, no sobra decirlo, el aceite lubricante de esta maquinaria política sería desde un principio la corrupción.
Así que lo que tenemos hoy los mexicanos es una élite, una “nueva” estructura de poder que se parece mucho a la de la Colonia, en la que unos cuántos son dueños de casi todo. Pero también tenemos una “nueva” Constitución, que poco a poco fue pasando de ser una Constitución nacionalista, del pueblo, a la Constitución de la élite gobernante.
Y el puntillazo final vendría con la globalización y el TLC, que traería el dominio de la élite económica internacional, especialmente la norteamericana. Tan es así, que los especialistas en derecho constitucional proponen reescribirla o reformularla; y otros ya de plano, refundar la nación.
AMLO recupera terreno
Por el momento no es posible cambiar la Constitución, pero no todo está perdido, el proyecto de la Cuarta Transformación del Presidente López Obrador, a pesar del freno del poder legislativo impuesto por la alianza diabólica y desesperada del PAN con lo que queda del PRI y del PRD, recupera terreno.
Y recupera terreno, no solamente porque su aceptación popular se mantiene alta e incluso se incrementa, sino porque acaba de ganar cuatro gubernaturas más. Su partido Morena gobierna ahora 12 millones de mexicanos más.
Con 21 gubernaturas (66%) el partido del Presidente se prepara para las elecciones del 2024, que ya están muy cerca. La 4 T sigue vivita y coleando.